LA FOTO - Dana #2

A partir de entonces empezamos las labores de investigación. Bajamos al sótano de casa y comenzamos a subir las cajas y cajas de fotos que mi padre había ido acumulando a lo largo de los años. La fotografía era su gran pasión y allí había decenas de cajas. Eso nos llevaría tiempo y necesitaríamos refuerzos. Llamamos a Brandon, el hermano de Corina, y repasamos una foto tras otra intentando encontrar en alguna de ellas a aquel niño o aquella fachada.
Después de horas de búsqueda infructuosa, y cuando ya estábamos sepultados por las fotografías, Brandon dejó de buscar.
- ¡Un momento! –gritó.- ¡Un momento!
- ¿Qué pasa? – preguntó Corina.
- Aquí hay algo que no cuadra. Tus padres eran muy aficionados a la fotografía, ¿no?
- ¿Cómo lo has sabido? –ironicé, mirando el mar de fotografías que nos rodeaba.
- Y fotografiaban cada de uno de tus movimientos, ¿verdad? –siguió.
- Podría decirse que sí.
- Entonces, ¿por qué no hay ni una sola foto tuya de bebé o en el hospital con tu madre?
- Es verdad –asintió Corina. - ¿Cómo no nos dimos cuenta?
- Es extraño... –comenté.- Esto no me gusta.
- No te preocupes –me animó Corina.- Seguro que se perdieron en la mudanza.
- ¿Y qué fue? ¿Una pérdida selectiva? ¡Mírame! Las más antiguas con mis padres son posteriores a 1974.
- No te lo tomes así, Dana –aconsejó Brandon.- Si hay preguntas, pues intentemos encontrar las respuestas. Nada de conjeturas, sólo hechos.

Los días siguientes no fueron nada agradables ni fáciles. Fuimos a la que había sido la antigua casa de mi abuela en el pueblo. Mi madre me había contado que pasábamos allí las Navidades desde que yo era un bebé.
Buscamos por toda la casa y no encontramos nada que no hubiese visto antes: mis fotos del cole, en el parque con los chicos del pueblo, la verbena, en el bar de Cabbie...
También fuimos al ayuntamiento, donde solían colgar las fotos de los participantes de los concursos. Mis padres habían ganado el premio de fotografía en tres ocasiones: 1976, 1978 y 1979. Yo sólo aparecía en la última. Esto empezaba a preocuparme de verdad.
- ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede ser que no haya rastro de mí hasta los seis años?

La voz me temblaba, el pulso estaba agitado, era como si tuviese el corazón en la boca... Me sentía mal y no podía mantenerme en pie... ¡Plof! Me caí redonda al suelo.
Cuando me desperté estaba en la consulta del médico del pueblo. Reconocía aquella habitación porque apenas había cambiado, pero el hombre que tenía frente a mí no era el doctor Marlin.
- ¿Cómo se encuentra? –me preguntó el desconocido.
- Algo mareada –contesté.
- Es normal. Parece que le dio una bajada de azúcar.
- ¿Parece? ¿Qué quiere decir?
- Pues, que su nivel de glucosa era de 42 mg/dl, lo que es bastante inusual en alguien tan joven. Así que para evitar males mayores y descartar cualquier otra posibilidad, le he pedido una analítica.
- ¿Usted es el médico?
- Si no lo fuera, lo estaría haciendo realmente bien, ¿eh? –me sonrió.
- ¿Dónde está el doctor Marlin? –pregunté.
- Pescando, probablemente –me contestó, aunque enseguida comprobó que no era eso lo que yo quería saber – Se jubiló el año pasado y ahora vive en una casa cerca del lago.
- ¿En la cabaña del viejo Carl?
-Ya veo que conoce el pueblo.
- Crecí aquí –dije.- O eso creo...

- Bueno, ya que parece estar mejor –dijo, dirigiéndose a la puerta, -, avisaré a sus amigos.
Corina y Brandon entraron en la habitación segundos después. Estaban muy preocupados.
- Cariño –dijo Corina-, ¿cómo estás?
- Sin fuerzas –dije.- Siento haberos asustado.
- No te disculpes, Dana –dijo Brandon- Has estado bajo mucha tensión estos días.
- El doctor Foster nos ha dicho que deberías tener un par de días de reposo.
- No podemos perder tanto tiempo. ¡Me volveré loca!
- De cualquier forma, tenemos que esperar los resultados de los análisis.
- Tenemos que ver a alguien –dije, levantando de repente.

Tan pronto salí de la consulta, fuimos a visitar al doctor Marlin. No estaba en casa, pero sabía que no tardaría en volver. Si lo conocía bien, no se perdería el programa de pesca que ponían en la tele local en cuarenta minutos. Esperamos en la puerta.
- ¡Dana! –gritó al verme en la puerta.- He oído que estabas en la consulta de nuestro Foster. ¿Estás bien?
- Sí. Sólo ha sido una bajada de glucosa.
- ¡Dios mío! ¡Qué guapa estás! –exclamó mientras me daba un abrazo.

Era el mismo de siempre, el mismo que me daba moras recién cogidas en lugar de caramelos después de la consulta.
- Aquí donde la veis, se pasaba horas sentada en mi mesa encadenando por qués y recetando extraños medicamentos a sus muñecos.
- Son mis amigos: Brandon y Corina Jonson.
- Un placer –los saludó.- Entrad y tomaros algo. Aquí fuera hace un calor insoportable.

Entramos en la cabaña y enseguida encendió la tele. Cogió unos refrescos y nos invitó a sentarnos.
- ¿Qué te trae por aquí en esta época del año?
- Venimos a buscar algo, doctor. Tal vez pueda echarnos una mano –comenzó Brandon.
- ¿Sobre qué? –preguntó maquinalmente, más pendiente de la televisión que de nosotros.
- ¿Por qué razón no hay ni una sola foto mía anterior a mil novecientos setenta y cuatro?
- ¿No la hay? – preguntó, y parecía más interesado.
- No. Ni en las verbenas, ni en casa de mi abuela,... ¿No le parece raro?
- Un poco sí, pero no tiene nada de particular... Puede que perdieran esas fotos durante la mudanza. Uno de los camiones pasó por encima de algunas cajas.
¿Cómo no lo había pensado antes? No recordaba la foto con ese niño, pero no tenía por qué significar nada raro. Según me había contado mi padre, habíamos viajado mucho los primeros años. Seguro que era algún amigo que había hecho y al que no recordaba. ¡Dios qué tonta había sido!
A la mañana siguiente, fui a recoger los resultados de los análisis y...
- Están perfectos –me dijo el doctor Foster, hojeando mi ficha.- ¿Ha tenido algún disgusto últimamente?
- Bueno, no pasó por un buen momento personal.
- Pues tiene que relajarse o la próxima vez... Por cierto, el hospital me ha pedido que le pregunte si le importaría donar sangre. Cero negativo es un grupo muy polivalente y raro.
- Sí, claro... –asentí sin pensar- ¡Un momento! Yo no soy cero negativo.
- Sí que lo es. Mire –dijo enseñándome los resultados de los análisis.

Eso no podía ser, me dije. Ninguno de mis padres tenía ese grupo sanguíneo. Le dije al doctor Foster que debían haber confundido mis análisis. Aunque él me aseguró que eso era prácticamente imposible, se ofreció a acompañarme al hospital de pueblo cercano.
Aquello volvió a sembrar en mí las dudas. ¡Santo cielo! Pero, ¿qué era todo esto? Salí del hospital mucho peor de lo que había entrado. No podía derrumbarme. No iba a hacerlo.
Corina y Brandon me esperaban fuera.
- ¿Qué ha pasado? –me preguntó Brandon.
- Es cero negativo.
- Pero eso no puede ser, ¿no? –admitió.
- Yo ya no estoy segura de nada.

Dejamos el pueblo y volvimos a mi apartamento. Nos tiramos en el sofá. Estábamos rendidos y yo no podía pensar en nada más.
- No entiendo nada –admitió de nuevo Brandon.- No sé qué conexión tiene todo esto.
- Si yo no soy yo... Quiero decir, si mi grupo sanguíneo no coincide con el de uno de mis padres...
- Y esa foto –siguió Corina.- ¿Quién será ese chico?
- Demasiadas preguntas y ninguna respuesta.
- Bueno, pues tú dirás, Brandon.
- De momento, creo que me voy a dormir, si me lo permitís.




Pasé la peor noche que recuerdo. Brandon tenía razón. Eran demasiadas preguntas y las únicas personas que tenían la llave a todo este misterio ya no estaban entre nosotros. Por primera vez, después de todos estos años, de verdad lloré y eché de menos a mi madre. Ella siempre sabía qué decir.



- ¡Buenos días, chicos! –dije, cuando apenas eran las seis.
- ¿Has dormido algo? –me preguntó Corina preocupada, mientras me servía el desayuno.
- Nada en absoluto.

Brandon estaba al teléfono. Gesticulaba mucho y, aunque no podía oírlo, parecía estar discutiendo.
- Hay noticias, chicas –dijo, a la par que colgaba su móvil.- Ayer, mientras tú estabas en el hospital, llamé a mi amigo para que investigase algo más el tema del edificio.
- ¿Y ya sabes algo? –preguntó su hermana.
- Al parecer durante los últimos veinticinco años ha tenido varios usos, pero de mil novecientos sesenta y ocho a mil novecientos ochenta y dos era una casa de acogida.
- Eso ya lo sabíamos.
- Sí, pero lo que no sabíamos era que durante esa época estuvo regentado por una orden de religiosas. Las hermanas clarisas. Y David ha encontrado la nueva dirección de la orden. Están aquí en Maryland.
- ¿Y qué con eso? – preguntó de nuevo Corina.
- Que tal vez las hermanas puedan responder a algunas de nuestras preguntas.
- ¿Crees que aún sobrevivirá alguna de la época? –dije, mostrándome cada vez más interesada en el tema.
- No lo sé, pero no podemos dejar de intentarlo... Tú, ¿qué dices? –me preguntó mirándome de soslayo.

En realidad, yo lo que deseaba era meterme en la cama, taparme la cabeza y olvidarme de todo este asunto. Pero con eso no solucionaba nada así que... ¡Adelante! Fue mi respuesta.
La idea de visitar una comunidad religiosa me ponía los pelos de punta.
El apego religioso no era precisamente una de mis virtudes y tenía cierta reacción física cuando entraba en lugares de ese tipo. Aun así, me sobrepuse y conseguí dominarme cuando cruzamos el umbral de entrada a la casa mayor. Dos hermanas nos acompañaron en silencio hasta el despacho de la Madre Superiora.
La que caminaba a mi izquierda era sorprendentemente joven, apenas veintiún años... Me hizo pensar en las razones que llevan a una chica de esa edad a elegir esa forma de vida. He oído decir que la fe mueve montañas, así que supongo que cuando llama, llama.
La otra monja era, por el contrario, muy mayor. Tal vez incluso más de lo que parecía. Caminaba delante de mí con pasos pequeños y, con frecuencia, se volvía hacia atrás para echarme una mirada.
- ¿Qué le pasa? –me preguntó Corina en voz baja.
- No lo sé. Tal vez sea nuestra ropa. Demasiado descubierta.

Según podía saber, a las monjas no les gustaba demasiado que la gente llevase tirantas o pantalones cortos, pero ese no era nuestro caso, así que no podía encontrar otra explicación para las inquietantes miradas de nuestra guía.
- Esperen aquí, por favor –nos pidió.- He de avisar a madre. La hermana Magdalena los acompañará mientras tanto.
- Muchas gracias, hermana –contestó Brandon.
- Este sitio me pone muy nerviosa –dije, procurando que nuestra monja no nos oyera.
- Es sólo un convento, Dana.
- Ya lo sé, pero ese olor en el ambiente...
- ¿Qué olor? –me miró como si estuviese loca.
- Ya pueden pasar –dijo la monja de más edad.

¿Por qué no podía dejar de mirarme? Ya estaba lo suficiente nerviosa. Entramos en el despacho de la Superiora y mis nervios se calmaron. Al ver su cara, supe de inmediato que le producía el mismo efecto que a la anterior.
- ¡Buenos días, madre! –dijo Brandon, que parecía haber estado toda su vida haciendo esto.
- La hermana Angustias me ha dicho que querían verme.
- Sí, madre. Sé que no es habitual que reciban visitas; pero, como ya le comenté a la hermana en la puerta, es un asunto de vital importancia para nosotros.
- Siéntense, por favor.

Brandon le explicó a la hermana toda la historia de la foto y de cómo nuestras investigaciones nos habían conducido hasta allí
-Señor Jonson –comenzó -, esta comunidad hace muchos años que decidió alejarse de la vida mundana. El gobierno nos retiró las subvenciones y nos vimos obligadas a cerrar “Halfway House”.
-Sí, pero eso fue después de que se tomara esta foto. ¿No hay nadie aquí que pudiese darnos algo por dónde seguir?
- Lo siento, señor Johnson. Las hermanas de esta comunidad tienen voto de silencio por el alma de una de nuestras antiguas componentes... Me temo que no podrá hablar con ninguna. Sólo la hermana Angustias y yo tenemos esa posibilidad para poder llevar el mando del convento.
- ¿Y algún sitio donde pueda conseguir información?
- Los niños de “Halfway House” fueron repartidos en diversas casas de acogida por todo el país. Sería como buscar una aguja en un pajar.
- ¿De veras lo cree? –dijo Brandon, sintiéndose algo desanimado.
- Me temo que así es –asintió con desanimo.
- Entonces, ¿no hay nada que podamos hacer?
- Aunque consiguiesen encontrar la información que buscan –nos dijo-, no tendrían acceso a ella. No está permitido revelar información personal sobre los niños acogidos o los que fueron adoptados –terminó, lanzándome una larga mirada.
- ¿Eso la incluye a ustedes, hermanas? –inquirió Brandon.

No pudo responder a la pregunta porque justo entonces la hermana Angustias volvía a entrar. Tenían que recibir el pedido semanal.
Nos fuimos de allí con lo mismo que habíamos llegado: NADA. Empezaba a creer que lo mejor era olvidarnos de todo el asunto, pero... Justo cuando salíamos acompañados por la hermana Angustias, ésta se inclinó y me hizo la señal de la cruz sobre la fuente. No dije nada, pero aquello me desconcertó. Sabía que no era la primera vez que alguien me hacía algo así.

1 comentarios:

Uy Lauri, me estás diciendo que la hermana Angustias a reconocido a Dana? Porque le ha hecho la señal de la cruz precisamente a ella???? Que pena que no hayan podido sacar nada en claro, porque aunque sé que al final descubre todo, me tiene intrigadisima como se entera de que era adoptada y con un hermano y como consiguió localizarlo.
Me voy a por Charlie, a ver que se cuenta, jajaja.
Besos.

24 de febrero de 2008, 15:13  

Entrada más reciente Entrada antigua Inicio