LA FOTO - Charlie #3

Mi suerte cambió. El trabajo era más duro de lo que pensaba y tenía un horario que era un desastre pero, por primera vez en mucho tiempo, me gustaba lo que hacía.

Tres meses después había alquilado un apartamento de dos habitaciones en Denver, iba a clases de fotografía durante las noches y fines de semana y... empezaba a sentirme un hombre.

Aún así, antes de acostarme cada noche, mi último pensamiento era para mi hermana, donde quiera que estuviese... No tenía nada de ella, ni una foto; sin embargo, podía recordar cada uno de sus gestos. A veces me despertaba en mitad de la noche con unas terribles ganas de llorar y gritar. Una tarde, Walter me llamó a su despacho.

- Kapras me ha dicho que quieres ser su asistente.

- Walter, te juro que todo lo que he puesto en esa solicitud es totalmente cierto. Me he matado todas las noches durante los últimos tres años para mejorar.

- Lo sé. Uno de tus profesores llamó aquí la otra tarde para comprobar tus referencias. Estuvimos hablando un rato y me dijo que eres uno de sus mejores alumnos, aunque un tanto temperamental.

Había más. Le había enviado algunos de mis trabajos de clase y Walter parecía sorprendido.

- He estado pensando: ¿Crees que podrías encargarte de la edición de este año de “Lugares con encanto”?

- Claro. ¿Quién está al mando?

- Tú.

- ¿Estás seguro?

- Dímelo tú. ¿Serás capaz de hacerlo?

- ¡Oh, ya lo creo! ¡Dalo por hecho!

Primero fue “Lugares con encanto”, después “La marathon de Marathon”, un anuncio para una marca japonesa de cerveza, un reportaje sobre la vida en el campo... Fue un especial de la revista “News of the World” la que despertó los viejos fantasmas.

Tenía veinticuatro años, pero aún seguía siendo Charlie Matthews, de Halfway House. Esa fue una de las casas de acogida que incluimos en el reportaje y, mientras la fotografiaba, (aún ahora vieja y desvencijada), podía recordar el día en que me marché, convencido de que encontraría a mi hermana.

- La llevaban un grupo de religiosas, pero el gobierno retiró los fondos y la cerraron en 1982. Quince años estuvieron las Hermanas Carmelitas cuidando de esos niños y...

- Eran las Hermanas Clarisas –corregí.

- ¿Has leído sobre ello? –preguntó mi compañero.

- No –dije.- Yo era uno de esos niños.

Habían pasado casi seis años desde que dejé Halfway House. Había conseguido prosperar y hacerme un sitio en el mundo, pero volver allí fue una experiencia dolorosa y revitalizante a la vez. Me hizo despertar.

El patio donde jugábamos al fútbol estaba lleno de matas de hierba que nos llegaban a la rodilla; el huerto de la Hermana Inés estaba seco y lleno de agujero, seguramente producto de los topos; la vieja cocina de la Hermana Angustias ya no olía a romero y hierbabuena... Muchas cosas habían cambiado. Las echaba de menos. No había pensado en ellas durante estos años, pero las echaba de menos. Tal vez era hora de hacerles una visita. Llevaba tres años sin parar y ahora tenía ganas de relajarme y disfrutar de la vida que me había conseguido.

- ¿Y a dónde te vas exactamente? –me preguntó Walter cuando se lo dije.

- No lo sé aún. Creo que cogeré el coche y veré dónde me lleva.

- Si te aburres, siempre puedes venir a casa de los Benson. Mi hija estaría encantada.

- Lola es una monada, Walter, pero podría ser mi hermana.

- En el caso de que tuvieses una...

- Sí –dije con tristeza.- Si tuviese una...

- ¿He dicho algo malo?

- No, no... –contesté.- Es sólo que...

No estaba seguro de si quería continuar por ese camino.

- ¿Qué te pasa, Charlie? ¿Tienes algún problema?

Me tomé unos segundos, me senté frente a él y estaba dispuesto a contárselo, pero...

- Es que no sé si es bueno destapar el frasco de las esencias en este momento...

- ¿A qué te refieres?

- Yo tengo una hermana, Walter. Se llama Dana y ahora tendrá unos dieciséis o diecisiete años. Vivíamos en la casa de acogida del reportaje, pero nos separaron. Fue dada en adopción y no la he vuelto a ver. Hace trece años, Walter, ¡trece años!, que me obsesiona la idea de encontrarla... Cada cosa que hago, cada paso que doy en la vida... Lo hago por ella.

- ¡Caramba, chico! ¡Así que es eso! –dijo, muy sorprendido.- Mira que te guardabas cosas, ¿eh?

- Nunca le había contado esto a nadie. Hablar de ello me pone muy nervioso y...

- ¿Has hecho algo para encontrarla?

- No sé por dónde empezar. No tengo nada.

- ¿Y contratando a alguien?

- En base a qué. Lo único que sé es que sus padres adoptivos se apellidaban Carter y que hace unos ocho años vivían en San Francisco...

- Y los datos de las adopciones están protegidos por ley. Pues, lo tienes difícil, chico.

- Sí... No hay mucho que pueda hacer –dije-, pero no voy a perder la esperanza.

- Me alegra oír eso. Y Lola también se alegrará de saber que no eres gay.

- ¿Lola cree que soy gay?

- No te preocupes. Mi hija tiene la extraña teoría de que si un chico no se interesa por ella, tiene que ser gay.

- Te lo tomas muy bien, ¿no?

- ¡Qué remedio! Haga lo que haga, va a odiarme. Tiene diecisiete años.

Hasta ese momento no tenía muy claro donde pasaría las vacaciones este verano, pero de pronto se me ocurrió una idea un tanto loca.

Bajé corriendo al laboratorio. Tenía que encontrar al compañero que había hecho conmigo el reportaje. Era el único que parecía estar enterado de lo que había pasado con Halfway House y sus religiosas... Pero no tenía la menor idea de cómo se llamaba.

Tuve suerte. Al entrar en el archivo, lo ví recorriendo el pasillo que llevaba al cuarto de revelado.

- ¡Eh, tú! –grité, sintiéndome avergonzado al minuto siguiente.

- Me llamo Elvis, si no te importa.

- Pues no sé yo qué es peor.

- ¡Vale! Ahora que ya has hecho el chistecito, me voy.

- Discúlpame, ¿vale? Es que no recordaba tu nombre y tenía que verte antes de irme de vacaciones...

- ¿Por qué tanta prisa? ¿Qué quieres?

- Cuando te documentaste para el reportaje –comencé-, ¿tienes idea de a dónde trasladaron a las Hermanas Clarisas tras el cierre?

- Pues... No lo recuerdo, pero podría consultar mis notas.

- ¿Lo harías?

Afortunadamente, Elvis no era mala persona y, a pesar de nuestro pésimo encuentro inicial, consultó sus notas. Habían trasladado a toda la comunidad a un pequeño convento cerca de Texas. En un pueblo perdido llamado Steppenwolf o Stonewall o algo parecido.

Era verano y la idea de irme a uno de los estados más calurosos casi me hizo desistir de la planificación del viaje. Preparé un par de bolsas de viaje, una revisión al coche, un mapa, unas buenas gafas de sol y muchas ganas de conducir. Empezaban mis vacaciones.

¿Habéis visto esas ruedas de hierba seca movidas por el viento que suelen aparecer en las películas del oeste? Pues, más de uno de los pueblos por los que pasé podrían competir en un concurso de pueblos fantasma.

Hacía tanto calor y el sol pegaba tan fuerte que incluso me quemé la cara y los brazos.

Pasé las noches en moteles que, con toda seguridad, habían visto tiempos mejores y uno de ellos era clavadito al de la pelí Psicosis... Desde luego no iba a hacer muchos amigos en ese ambiente.

Una tarde, mientras conducía por una carretera de doble sentido, con cientos de kilómetros de desierto, rocas y cactus a derecha e izquierda, rueda de hierba voladora incluída; encontré a una pareja que discutía frente a su caravana. Apenas un metro más allá, un niño y una niña jugaban a levantar piedras. Paré y me bajé.

- No deberías hacer eso –le dije a la niña.

- ¿Por qué?

- Porque los bichitos se esconden bajo las piedras para huir del calor y, si la levantas, se asustan y te pican.

- ¡Vaya! –exclamó el niño.- ¿Tu eres bichólogo?

- No. Más bien fotógrafo, pero tengo malos recuerdos con las piedras.

- Verona –gritó la mujer-, Nébula... ¿Queréis dejar de tontear con las piedras y los bichos y venir aquí antes de que os dé una insolación?

- Enseguida –contestó el chico, sin mucha intención de hacerle caso.

Me acerqué a la pareja y puse mi mejor sonrisa de confíen-en-mí-no-soy-un-chiflado-del-desierto.

- ¿Problemas con la casa rodante? –pregunté, aunque era obvio.

- Es que mi marido se olvidó de coger agua en la estación de servicio en la que paramos hace más de una hora (a pesar de que se lo recordé un millón de veces) y con estas temperaturas...

- Yo llevo agua en el coche –ofrecí.

- Quiero hacer pipí –interrumpió el chico.

- Pues dentro tienes el baño –informó el hombre.

- ¿Son sus hijos? –pregunté.

- ¿Nébula y Verona? ¡No! –exclamó con cara de asustado.

- No lo digas así, que no son el anticristo... –le riñó su mujer.

- Pues, poco les falta –bromeó.- Son nuestros sobrinos. Llevamos diez días de vacaciones y estoy deseando llegar a casa.

- Casi estamos, Bowen.

Les acerqué el agua mientras ambos discutían de nuevo. Dentro de la caravana, los niños volvían a armar ruido. De repente, pensé que me volvería loco y, sin pensarlo, pegué un grito de desesperación que los hizo callar a todos.

Me miraron un tanto sorprendidos y creía que acababa de constatar que yo era un pirado de carretera. Sin embargo, el efecto fue justamente el contrario.

- Siento mucho nuestro comportamiento, señor... –se disculpó el hombre, tendiéndome la mano.

- Matthews, Charlie Matthews.

- Yo soy Arthur Bowen y ella es mi esposa, Sarah. A nuestros sobrinos ya los conoce, Nébula y Verona.

- Sí, vaya pareja.

- ¡No tiene usted idea! ¿Por qué no nos acompaña? Apenas quedan veinte kilómetros para nuestro negocio –dijo Sarah con una sonrisa.

- Tenemos un bar: Middle of Nowhere (Mitad de ninguna parte).

- Un nombre muy apropiado.

2 comentarios:

mmmmmm..... Yo que entraba para pegarme una jartá de leer capitulos y...... no has puesto ninguno desde hace un montón de dias!!!!! Te has olvidado de que yo, aunque ahora no tengo mucho tiempo, me gusta leerte?????? mmmmmmm..... Como no pongas pronto más capitulos, te amenazo con ponerme pesada y dejarte comentarios todos los dias pidiendolos. Preparate, jajajajaja.
Un besazo,
Saymi

30 de marzo de 2008, 10:38  

Esto va en serio, publica mas capítulos, es algo sumamente horrible dejar a la gente con la intriga.

15 de febrero de 2009, 23:00  

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