LA FOTO - Charlie #3

Mi suerte cambió. El trabajo era más duro de lo que pensaba y tenía un horario que era un desastre pero, por primera vez en mucho tiempo, me gustaba lo que hacía.

Tres meses después había alquilado un apartamento de dos habitaciones en Denver, iba a clases de fotografía durante las noches y fines de semana y... empezaba a sentirme un hombre.

Aún así, antes de acostarme cada noche, mi último pensamiento era para mi hermana, donde quiera que estuviese... No tenía nada de ella, ni una foto; sin embargo, podía recordar cada uno de sus gestos. A veces me despertaba en mitad de la noche con unas terribles ganas de llorar y gritar. Una tarde, Walter me llamó a su despacho.

- Kapras me ha dicho que quieres ser su asistente.

- Walter, te juro que todo lo que he puesto en esa solicitud es totalmente cierto. Me he matado todas las noches durante los últimos tres años para mejorar.

- Lo sé. Uno de tus profesores llamó aquí la otra tarde para comprobar tus referencias. Estuvimos hablando un rato y me dijo que eres uno de sus mejores alumnos, aunque un tanto temperamental.

Había más. Le había enviado algunos de mis trabajos de clase y Walter parecía sorprendido.

- He estado pensando: ¿Crees que podrías encargarte de la edición de este año de “Lugares con encanto”?

- Claro. ¿Quién está al mando?

- Tú.

- ¿Estás seguro?

- Dímelo tú. ¿Serás capaz de hacerlo?

- ¡Oh, ya lo creo! ¡Dalo por hecho!

Primero fue “Lugares con encanto”, después “La marathon de Marathon”, un anuncio para una marca japonesa de cerveza, un reportaje sobre la vida en el campo... Fue un especial de la revista “News of the World” la que despertó los viejos fantasmas.

Tenía veinticuatro años, pero aún seguía siendo Charlie Matthews, de Halfway House. Esa fue una de las casas de acogida que incluimos en el reportaje y, mientras la fotografiaba, (aún ahora vieja y desvencijada), podía recordar el día en que me marché, convencido de que encontraría a mi hermana.

- La llevaban un grupo de religiosas, pero el gobierno retiró los fondos y la cerraron en 1982. Quince años estuvieron las Hermanas Carmelitas cuidando de esos niños y...

- Eran las Hermanas Clarisas –corregí.

- ¿Has leído sobre ello? –preguntó mi compañero.

- No –dije.- Yo era uno de esos niños.

Habían pasado casi seis años desde que dejé Halfway House. Había conseguido prosperar y hacerme un sitio en el mundo, pero volver allí fue una experiencia dolorosa y revitalizante a la vez. Me hizo despertar.

El patio donde jugábamos al fútbol estaba lleno de matas de hierba que nos llegaban a la rodilla; el huerto de la Hermana Inés estaba seco y lleno de agujero, seguramente producto de los topos; la vieja cocina de la Hermana Angustias ya no olía a romero y hierbabuena... Muchas cosas habían cambiado. Las echaba de menos. No había pensado en ellas durante estos años, pero las echaba de menos. Tal vez era hora de hacerles una visita. Llevaba tres años sin parar y ahora tenía ganas de relajarme y disfrutar de la vida que me había conseguido.

- ¿Y a dónde te vas exactamente? –me preguntó Walter cuando se lo dije.

- No lo sé aún. Creo que cogeré el coche y veré dónde me lleva.

- Si te aburres, siempre puedes venir a casa de los Benson. Mi hija estaría encantada.

- Lola es una monada, Walter, pero podría ser mi hermana.

- En el caso de que tuvieses una...

- Sí –dije con tristeza.- Si tuviese una...

- ¿He dicho algo malo?

- No, no... –contesté.- Es sólo que...

No estaba seguro de si quería continuar por ese camino.

- ¿Qué te pasa, Charlie? ¿Tienes algún problema?

Me tomé unos segundos, me senté frente a él y estaba dispuesto a contárselo, pero...

- Es que no sé si es bueno destapar el frasco de las esencias en este momento...

- ¿A qué te refieres?

- Yo tengo una hermana, Walter. Se llama Dana y ahora tendrá unos dieciséis o diecisiete años. Vivíamos en la casa de acogida del reportaje, pero nos separaron. Fue dada en adopción y no la he vuelto a ver. Hace trece años, Walter, ¡trece años!, que me obsesiona la idea de encontrarla... Cada cosa que hago, cada paso que doy en la vida... Lo hago por ella.

- ¡Caramba, chico! ¡Así que es eso! –dijo, muy sorprendido.- Mira que te guardabas cosas, ¿eh?

- Nunca le había contado esto a nadie. Hablar de ello me pone muy nervioso y...

- ¿Has hecho algo para encontrarla?

- No sé por dónde empezar. No tengo nada.

- ¿Y contratando a alguien?

- En base a qué. Lo único que sé es que sus padres adoptivos se apellidaban Carter y que hace unos ocho años vivían en San Francisco...

- Y los datos de las adopciones están protegidos por ley. Pues, lo tienes difícil, chico.

- Sí... No hay mucho que pueda hacer –dije-, pero no voy a perder la esperanza.

- Me alegra oír eso. Y Lola también se alegrará de saber que no eres gay.

- ¿Lola cree que soy gay?

- No te preocupes. Mi hija tiene la extraña teoría de que si un chico no se interesa por ella, tiene que ser gay.

- Te lo tomas muy bien, ¿no?

- ¡Qué remedio! Haga lo que haga, va a odiarme. Tiene diecisiete años.

Hasta ese momento no tenía muy claro donde pasaría las vacaciones este verano, pero de pronto se me ocurrió una idea un tanto loca.

Bajé corriendo al laboratorio. Tenía que encontrar al compañero que había hecho conmigo el reportaje. Era el único que parecía estar enterado de lo que había pasado con Halfway House y sus religiosas... Pero no tenía la menor idea de cómo se llamaba.

Tuve suerte. Al entrar en el archivo, lo ví recorriendo el pasillo que llevaba al cuarto de revelado.

- ¡Eh, tú! –grité, sintiéndome avergonzado al minuto siguiente.

- Me llamo Elvis, si no te importa.

- Pues no sé yo qué es peor.

- ¡Vale! Ahora que ya has hecho el chistecito, me voy.

- Discúlpame, ¿vale? Es que no recordaba tu nombre y tenía que verte antes de irme de vacaciones...

- ¿Por qué tanta prisa? ¿Qué quieres?

- Cuando te documentaste para el reportaje –comencé-, ¿tienes idea de a dónde trasladaron a las Hermanas Clarisas tras el cierre?

- Pues... No lo recuerdo, pero podría consultar mis notas.

- ¿Lo harías?

Afortunadamente, Elvis no era mala persona y, a pesar de nuestro pésimo encuentro inicial, consultó sus notas. Habían trasladado a toda la comunidad a un pequeño convento cerca de Texas. En un pueblo perdido llamado Steppenwolf o Stonewall o algo parecido.

Era verano y la idea de irme a uno de los estados más calurosos casi me hizo desistir de la planificación del viaje. Preparé un par de bolsas de viaje, una revisión al coche, un mapa, unas buenas gafas de sol y muchas ganas de conducir. Empezaban mis vacaciones.

¿Habéis visto esas ruedas de hierba seca movidas por el viento que suelen aparecer en las películas del oeste? Pues, más de uno de los pueblos por los que pasé podrían competir en un concurso de pueblos fantasma.

Hacía tanto calor y el sol pegaba tan fuerte que incluso me quemé la cara y los brazos.

Pasé las noches en moteles que, con toda seguridad, habían visto tiempos mejores y uno de ellos era clavadito al de la pelí Psicosis... Desde luego no iba a hacer muchos amigos en ese ambiente.

Una tarde, mientras conducía por una carretera de doble sentido, con cientos de kilómetros de desierto, rocas y cactus a derecha e izquierda, rueda de hierba voladora incluída; encontré a una pareja que discutía frente a su caravana. Apenas un metro más allá, un niño y una niña jugaban a levantar piedras. Paré y me bajé.

- No deberías hacer eso –le dije a la niña.

- ¿Por qué?

- Porque los bichitos se esconden bajo las piedras para huir del calor y, si la levantas, se asustan y te pican.

- ¡Vaya! –exclamó el niño.- ¿Tu eres bichólogo?

- No. Más bien fotógrafo, pero tengo malos recuerdos con las piedras.

- Verona –gritó la mujer-, Nébula... ¿Queréis dejar de tontear con las piedras y los bichos y venir aquí antes de que os dé una insolación?

- Enseguida –contestó el chico, sin mucha intención de hacerle caso.

Me acerqué a la pareja y puse mi mejor sonrisa de confíen-en-mí-no-soy-un-chiflado-del-desierto.

- ¿Problemas con la casa rodante? –pregunté, aunque era obvio.

- Es que mi marido se olvidó de coger agua en la estación de servicio en la que paramos hace más de una hora (a pesar de que se lo recordé un millón de veces) y con estas temperaturas...

- Yo llevo agua en el coche –ofrecí.

- Quiero hacer pipí –interrumpió el chico.

- Pues dentro tienes el baño –informó el hombre.

- ¿Son sus hijos? –pregunté.

- ¿Nébula y Verona? ¡No! –exclamó con cara de asustado.

- No lo digas así, que no son el anticristo... –le riñó su mujer.

- Pues, poco les falta –bromeó.- Son nuestros sobrinos. Llevamos diez días de vacaciones y estoy deseando llegar a casa.

- Casi estamos, Bowen.

Les acerqué el agua mientras ambos discutían de nuevo. Dentro de la caravana, los niños volvían a armar ruido. De repente, pensé que me volvería loco y, sin pensarlo, pegué un grito de desesperación que los hizo callar a todos.

Me miraron un tanto sorprendidos y creía que acababa de constatar que yo era un pirado de carretera. Sin embargo, el efecto fue justamente el contrario.

- Siento mucho nuestro comportamiento, señor... –se disculpó el hombre, tendiéndome la mano.

- Matthews, Charlie Matthews.

- Yo soy Arthur Bowen y ella es mi esposa, Sarah. A nuestros sobrinos ya los conoce, Nébula y Verona.

- Sí, vaya pareja.

- ¡No tiene usted idea! ¿Por qué no nos acompaña? Apenas quedan veinte kilómetros para nuestro negocio –dijo Sarah con una sonrisa.

- Tenemos un bar: Middle of Nowhere (Mitad de ninguna parte).

- Un nombre muy apropiado.

LA FOTO - Dana #3

Durante todo el camino de vuelta a casa estuve en silencio. No sabría explicar muy bien qué me pasaba: no sé si era tristeza, depresión o cansancio. No tenía ganas de nada.

Pasaron unos cuantos días antes de que nos viésemos obligados a ponernos en marcha de nuevo. La charla con la religiosa nos había desanimado bastante a los tres y yo estaba especialmente afectada por aquel gesto de la hermana Angustias. Recibí una carta del doctor Marlin. Me pareció un tanto raro. Nunca antes había hecho algo así. El sobre era acolchado y parecía contener algo dentro, pero no pesaba mucho. Entré en casa y, antes siquiera de abrirlo, llamé a Brandon y Corina. Si habíamos comenzado esto juntos...

- Bien, aquí estamos –dijo Corina.

- Ese es el sobre – apunté al sobre tamaño cuartilla que se encontraba sobre la mesa.

- ¿Y por qué no lo has abierto ya? –preguntó Brandon un tanto nervioso.

- Me da miedo –contesté.

- ¿Hace tic-tac o algo parecido? –siguió Brandon.

- No –contesté de nuevo.

- Entonces, no hay de qué preocuparse –rió.

- ¡Brandon! –le riñó Corina-. Está preocupada.

- Está bien. Yo lo abriré.

Cogió el sobre y lo abrió. Vació su contenido sobre la mesa y del interior salió una llave y un par de cuartillas escritas con la que yo reconocí era la letra del doctor Marlin.

- Es la llave de una taquilla –dijo Brandon, examinándola cuidadosamente.- Esto empieza a ponerse interesante.

- ¿Quieres que lea esto por ti? –se ofreció Corina. Yo asentí.

“Bankersfield, 23 de Julio de 2000

Querida Dana:

No sé cómo empezar esto. Cuando te vi aquí el otro día , supe que esto pasaría tarde o temprano.

Quiero decir que te debo una explicación: No fui del todo sincero el otro día. En realidad te mentí.

Sé que no lo creerás pero hice una promesa a tus padres hace muchos años. Desde el mismo momento en que la hice supe que había cometido un error, pero no podía volverme atrás porque había muchas más personas implicadas y dependían de mí en cierta forma.

Ahora todos aquellos a quienes hice la promesa ya no están con nosotros, tu eres mayor y yo no sé cuánto tiempo me queda por vivir. (Espero que sean muchos años, pero no quiero arriesgarme a llevarme todo este asunto conmigo) Así que hay bastantes cosas que tienes que saber sobre ti y sobre quién eres. La llave que incluyo en el sobre es de una caja de seguridad del Financial Bank en Washington. Allí encontrarás algunas respuestas, al menos las que están a mi alcance. Ni yo mismo soy capaz de explicar lo que pasó realmente.

Espero que, descubras lo que descubras en el interior de esa caja, nunca olvides que todo lo que hicimos fue para tu felicidad. Incluso si crees que nos equivocamos.

Con todo mi cariño,

Andrew P. Marlin

Todos permanecimos callados tras la lectura de la carta. Hacía rato que Brandon había dejado de jugar con la llave, Corina tenía la boca seca y yo... yo estaba petrificada.

- Esto está dejando de ser divertido –dijo Corina.

- ¿Tú sabías algo de una caja de seguridad y todo este pacto? –preguntó Brandon, mirándome.

- ¿Tengo cara de saberlo? –contesté, sin saber si romper a gritar o a llorar – Ni siquiera estoy segura de querer saberlo.

- ¿Estás bien, Dana?

- No lo sé. No esperaba que esto llegase tan lejos.

- Yo tampoco –admitió Brandon y balanceó la llave delante de mí - ¿Qué hacemos?

- Me da miedo lo que pueda descubrir al abrir la caja.

- Pues es la única manera de seguir adelante porque Marlin no parece muy dispuesto a seguir hablando, a pesar de intuir o saber lo que contiene.

- Corina –dije, mirándola en busca de una opinión.

- También puedes tirar la llave y olvidarte de todo –me dijo -, aunque no eres de ese tipo.

Corina tenía razón. Yo no abandonaba fácilmente. Y, aunque me aterraba ir a Washington y desvelar el misterio, también sabía que no sería capaz de olvidarlo y seguir adelante.

Nos llevó más de tres horas encontrar la sucursal del banco donde se alquiló la caja. El empleado que nos atendió me dijo que, antes de permitirme ver el contenido y a pesar de tener la llave, tenía que comprobar si mi nombre figuraba en la lista de personas autorizadas.

- Se acabó, chicos –dije.

- No seas tan pesimista, ¿quieres? –me riñó Corina.

- Mi nombre no está en esa lista. Se suponía que yo no debía conocer la existencia de esta llave.

- Señorita –dijo el empleado en tono ceremonioso-, si me acompaña, por favor...

- Claro –dije.- ¿Pueden venir conmigo?

- Si lo desea.

Seguimos hasta un largo pasillo. Brandon y Corina esperaron en una sala contigua a la cámara donde estaban las cajas de seguridad. El empleado introdujo su llave y me pidió que yo hiciera otro tanto. A la cuenta de tres giramos la llave un cuarto y la caja se abrió. Era de forma cilíndrica y de un material metálico algo pesado. Acero inoxidable, me pareció. Me ayudó a llevarla hasta la sala donde estaban mis amigos y, antes de salir, dijo en el mismo tono ceremonioso: “Si necesita algo, toque el timbre”

- Gracias –contesté. Tan pronto como salió, miré a mis dos amigos y suspiré.

- ¿La abrimos? –preguntó Brandon.

- Adelante –dije con voz temblorosa.

LA FOTO - Charlie #2

Seguí adelante. Estudié mucho, saqué buenas notas y, de vez en cuando, me colaba en el despacho de la madre superiora para comprobar el correo. Tal vez hubiese algo relacionado con mi hermana.
Sólo una de esas escapadas tuvo sus frutos. Encontré una carta manuscrita de Marianne Carter en la que agradecía a las monjas el mayor regalo de toda su vida. Decía que era una niña sana, feliz... Que sacaba buenas notas y que estaba en el equipo de natación de su escuela. Miré el matasellos porque la dirección del remite no venía. Era de San Francisco. Tendría que recordarlo...
Por aquel entonces, Dana tenía unos diez años y yo estaba a punto de cumplir la mayoría de edad. Había acabado el instituto con buenas notas y pronto sería libre. Intenté una vez más tantear a la madre superiora y conseguir información sobre Dana, pero no resultó:
- Charlie, me duele en el alma decirte esto, pero... Deberías olvidar esa idea loca de reunirte con tu hermana.
- Madre, ¿cómo puede decirme eso? –le reproché, asombrado.- Desde el momento en que se marchó, no he dejado de pensar en otra cosa.
- Tienes que encontrar trabajo, una casa, casarte , formar tu propia familia,... Es imposible conseguir los datos de una adopción.
- ¿Cree que no lo sé? Usted no dejaría a ninguno de nosotros en manos de alguien sin seguirle los pasos... Incluso si eso excediese sus deberes... ¡Madre, por favor! –supliqué finalmente.
- Lo siento, Charlie. Lo siento mucho.

Sabía que le dolía negarme la información, pero esa era su obligación. Durante un minuto la odié por su rectitud y respeto a las normas, pero esa mujer que tenía delante de mí era lo más parecido a una madre que tendría jamás...
El día que me marché, el veinticuatro de junio de 1980, había quince religiosas en la puerta, llorando como magdalenas, y otras tantas diciéndome adiós desde los ventanales enrejados de “Halfway House”.
- ¡Que Dios te guíe y te ilumine siempre, hijo! –me dijo la madre.
- Ven a visitarnos alguna vez –me pidió la hermana Soledad.
- ¡Mi niño! –fue lo único que pudo decir la hermana Angustias.


Al verlas allí de pie, despidiéndose de mí, me sentí solo y asustado. Aunque no lo había sabido hasta ahora y, a pesar de las circunstancias, era probable que hubiese dejado atrás una de las mejores épocas de mi vida. Ahora me tocaba emprender camino y empezar a valerme por mí mismo.
Los tres primeros meses fueron muy duros. Al salir del orfanato, encontré trabajo repartiendo encargos en una floristería, aunque el sueldo apenas me llegaba. Después fue una pastelería y he de admitir que no entiendo cómo lo conseguí porque yo no tenía ni idea. Lo bueno del trabajo en la pastelería era que incluía comida y cama; lo malo, que tenía que estar durante ocho horas junto a un horno a doscientos grados.
La señora Chong, la mujer del pastelero, me regalaba una camisa o un par de calcetines de vez en cuando. Pero quien de verdad, de verdad cambió mi vida fue un hombre al que casi atropello en Denver.
Eran las nueve menos diez y yo pedaleaba como un loco en mi bicicleta para llegar a una entrevista de trabajo. Tenía que conseguir algo antes de que me fundiese como el chocolate. Al doblar la esquina, no lo ví... Intenté esquivarlo y acabamos los dos en el suelo. Mi currículo acabó empapado, dentro un charco; y mi bicicleta, destrozada por el golpe. Afortunadamente el caballero seguía intacto.
- ¿Estás bien, chico? –me preguntó, mientras me ayudaba a levantarme.
- Sí. ¿Y usted? Lamento mucho... –dije, pero no terminé. Acababa de ver mi mochila por los suelos, la bici deshecha y todos mis papeles mojados- ¡Oh, mierda!
- ¿A dónde ibas con tanta prisa?
- A una entrevista de trabajo en Photo Things...
- ¿Quieres que te acerque? Tengo el coche cerca.
- ¡Para qué! Ya no hay nada que hacer.
- ¿Tu crees? –dijo, mirándome.- A veces una actitud positiva es lo mejor.
- Mire, no se lo tome a mal, pero no he tenido nada positivo en mi vida desde hace años... Además, la mitad de lo que había en ese currículo era mentira.
- Eso demuestra que eres creativo.
- Sí. Y esto –dije, señalando aquel desastre-, que no tengo suerte.
- Bueno, soy de los que piensan que tu creas tu propia suerte. ¿Quieres tomar un café? Después te llevaré a casa si quieres.

Recogí lo poco que aún servía de todo aquel estropicio y me marché con Walter Benson, el hombre al que casi atropello, a tomar un café... En realidad, fue un suculento desayuno, que me comí casi sin pestañear, ante la atenta mirada de Walter.
- Así que estás sin trabajo...
- No exactamente –aclaré, tratando de tragar el último trozo de pan que me quedaba en la boca.- Trabajo en una pastelería y, aunque mis jefes son muy buenos, el sueldo casi no me llega y el negocio no va bien... Si no me han despedido ya, es por el cariño que me tienen. Por eso, quiero irme antes de que se vean obligados a... Les costaría mucho.
- ¿Qué ibas a hacer en Photo Things?
- Un amigo me dijo que estaban buscando a gente para el laboratorio o algo así.
- ¿Sabes algo de fotografía?
- Ni manejar una polaroid, pero aprendo rápido. Aunque ahora tendré que volver a buscar en los anuncios y patearme las calles. No creo que Cleta tenga arreglo –dije, echando un vistazo a los restos de mi bici que descansaban en la acera.
- ¿Cleta?
- Mi bici –dije, tomando un poco de zumo.
- Charlie, ¿puedo llamarte Charlie?
- Claro.
- Yo tengo un estudio fotográfico y necesito personal. Me caes bien y pareces trabajador... ¿Te interesaría un puesto?
- ¿Acabo de atropellarle...
- Sí –afirmó con una sonrisa.
- ... y me ofrece un empleo?
- No es nada importante. Estarías de ayudante en alguno de los departamentos, pero sería un comienzo.
- ¿Me habla en serio?
- Buen sueldo, seguros sociales, bla, bla, bla... Quiero demostrarte que la suerte puede cambiar.
- ¿Dónde está la trampa? Quiero decir, nadie te ofrece un trabajo así como así.
- La trampa está en que tendrás que demostrarme que aprendes rápido. Estarás un mes a prueba; si lo haces bien, seguiremos hablando... ¿Qué me dices?
- Digo: ¿Cuándo empiezo?

LA FOTO - Dana #2

A partir de entonces empezamos las labores de investigación. Bajamos al sótano de casa y comenzamos a subir las cajas y cajas de fotos que mi padre había ido acumulando a lo largo de los años. La fotografía era su gran pasión y allí había decenas de cajas. Eso nos llevaría tiempo y necesitaríamos refuerzos. Llamamos a Brandon, el hermano de Corina, y repasamos una foto tras otra intentando encontrar en alguna de ellas a aquel niño o aquella fachada.
Después de horas de búsqueda infructuosa, y cuando ya estábamos sepultados por las fotografías, Brandon dejó de buscar.
- ¡Un momento! –gritó.- ¡Un momento!
- ¿Qué pasa? – preguntó Corina.
- Aquí hay algo que no cuadra. Tus padres eran muy aficionados a la fotografía, ¿no?
- ¿Cómo lo has sabido? –ironicé, mirando el mar de fotografías que nos rodeaba.
- Y fotografiaban cada de uno de tus movimientos, ¿verdad? –siguió.
- Podría decirse que sí.
- Entonces, ¿por qué no hay ni una sola foto tuya de bebé o en el hospital con tu madre?
- Es verdad –asintió Corina. - ¿Cómo no nos dimos cuenta?
- Es extraño... –comenté.- Esto no me gusta.
- No te preocupes –me animó Corina.- Seguro que se perdieron en la mudanza.
- ¿Y qué fue? ¿Una pérdida selectiva? ¡Mírame! Las más antiguas con mis padres son posteriores a 1974.
- No te lo tomes así, Dana –aconsejó Brandon.- Si hay preguntas, pues intentemos encontrar las respuestas. Nada de conjeturas, sólo hechos.

Los días siguientes no fueron nada agradables ni fáciles. Fuimos a la que había sido la antigua casa de mi abuela en el pueblo. Mi madre me había contado que pasábamos allí las Navidades desde que yo era un bebé.
Buscamos por toda la casa y no encontramos nada que no hubiese visto antes: mis fotos del cole, en el parque con los chicos del pueblo, la verbena, en el bar de Cabbie...
También fuimos al ayuntamiento, donde solían colgar las fotos de los participantes de los concursos. Mis padres habían ganado el premio de fotografía en tres ocasiones: 1976, 1978 y 1979. Yo sólo aparecía en la última. Esto empezaba a preocuparme de verdad.
- ¿Cómo es posible? ¿Cómo puede ser que no haya rastro de mí hasta los seis años?

La voz me temblaba, el pulso estaba agitado, era como si tuviese el corazón en la boca... Me sentía mal y no podía mantenerme en pie... ¡Plof! Me caí redonda al suelo.
Cuando me desperté estaba en la consulta del médico del pueblo. Reconocía aquella habitación porque apenas había cambiado, pero el hombre que tenía frente a mí no era el doctor Marlin.
- ¿Cómo se encuentra? –me preguntó el desconocido.
- Algo mareada –contesté.
- Es normal. Parece que le dio una bajada de azúcar.
- ¿Parece? ¿Qué quiere decir?
- Pues, que su nivel de glucosa era de 42 mg/dl, lo que es bastante inusual en alguien tan joven. Así que para evitar males mayores y descartar cualquier otra posibilidad, le he pedido una analítica.
- ¿Usted es el médico?
- Si no lo fuera, lo estaría haciendo realmente bien, ¿eh? –me sonrió.
- ¿Dónde está el doctor Marlin? –pregunté.
- Pescando, probablemente –me contestó, aunque enseguida comprobó que no era eso lo que yo quería saber – Se jubiló el año pasado y ahora vive en una casa cerca del lago.
- ¿En la cabaña del viejo Carl?
-Ya veo que conoce el pueblo.
- Crecí aquí –dije.- O eso creo...

- Bueno, ya que parece estar mejor –dijo, dirigiéndose a la puerta, -, avisaré a sus amigos.
Corina y Brandon entraron en la habitación segundos después. Estaban muy preocupados.
- Cariño –dijo Corina-, ¿cómo estás?
- Sin fuerzas –dije.- Siento haberos asustado.
- No te disculpes, Dana –dijo Brandon- Has estado bajo mucha tensión estos días.
- El doctor Foster nos ha dicho que deberías tener un par de días de reposo.
- No podemos perder tanto tiempo. ¡Me volveré loca!
- De cualquier forma, tenemos que esperar los resultados de los análisis.
- Tenemos que ver a alguien –dije, levantando de repente.

Tan pronto salí de la consulta, fuimos a visitar al doctor Marlin. No estaba en casa, pero sabía que no tardaría en volver. Si lo conocía bien, no se perdería el programa de pesca que ponían en la tele local en cuarenta minutos. Esperamos en la puerta.
- ¡Dana! –gritó al verme en la puerta.- He oído que estabas en la consulta de nuestro Foster. ¿Estás bien?
- Sí. Sólo ha sido una bajada de glucosa.
- ¡Dios mío! ¡Qué guapa estás! –exclamó mientras me daba un abrazo.

Era el mismo de siempre, el mismo que me daba moras recién cogidas en lugar de caramelos después de la consulta.
- Aquí donde la veis, se pasaba horas sentada en mi mesa encadenando por qués y recetando extraños medicamentos a sus muñecos.
- Son mis amigos: Brandon y Corina Jonson.
- Un placer –los saludó.- Entrad y tomaros algo. Aquí fuera hace un calor insoportable.

Entramos en la cabaña y enseguida encendió la tele. Cogió unos refrescos y nos invitó a sentarnos.
- ¿Qué te trae por aquí en esta época del año?
- Venimos a buscar algo, doctor. Tal vez pueda echarnos una mano –comenzó Brandon.
- ¿Sobre qué? –preguntó maquinalmente, más pendiente de la televisión que de nosotros.
- ¿Por qué razón no hay ni una sola foto mía anterior a mil novecientos setenta y cuatro?
- ¿No la hay? – preguntó, y parecía más interesado.
- No. Ni en las verbenas, ni en casa de mi abuela,... ¿No le parece raro?
- Un poco sí, pero no tiene nada de particular... Puede que perdieran esas fotos durante la mudanza. Uno de los camiones pasó por encima de algunas cajas.
¿Cómo no lo había pensado antes? No recordaba la foto con ese niño, pero no tenía por qué significar nada raro. Según me había contado mi padre, habíamos viajado mucho los primeros años. Seguro que era algún amigo que había hecho y al que no recordaba. ¡Dios qué tonta había sido!
A la mañana siguiente, fui a recoger los resultados de los análisis y...
- Están perfectos –me dijo el doctor Foster, hojeando mi ficha.- ¿Ha tenido algún disgusto últimamente?
- Bueno, no pasó por un buen momento personal.
- Pues tiene que relajarse o la próxima vez... Por cierto, el hospital me ha pedido que le pregunte si le importaría donar sangre. Cero negativo es un grupo muy polivalente y raro.
- Sí, claro... –asentí sin pensar- ¡Un momento! Yo no soy cero negativo.
- Sí que lo es. Mire –dijo enseñándome los resultados de los análisis.

Eso no podía ser, me dije. Ninguno de mis padres tenía ese grupo sanguíneo. Le dije al doctor Foster que debían haber confundido mis análisis. Aunque él me aseguró que eso era prácticamente imposible, se ofreció a acompañarme al hospital de pueblo cercano.
Aquello volvió a sembrar en mí las dudas. ¡Santo cielo! Pero, ¿qué era todo esto? Salí del hospital mucho peor de lo que había entrado. No podía derrumbarme. No iba a hacerlo.
Corina y Brandon me esperaban fuera.
- ¿Qué ha pasado? –me preguntó Brandon.
- Es cero negativo.
- Pero eso no puede ser, ¿no? –admitió.
- Yo ya no estoy segura de nada.

Dejamos el pueblo y volvimos a mi apartamento. Nos tiramos en el sofá. Estábamos rendidos y yo no podía pensar en nada más.
- No entiendo nada –admitió de nuevo Brandon.- No sé qué conexión tiene todo esto.
- Si yo no soy yo... Quiero decir, si mi grupo sanguíneo no coincide con el de uno de mis padres...
- Y esa foto –siguió Corina.- ¿Quién será ese chico?
- Demasiadas preguntas y ninguna respuesta.
- Bueno, pues tú dirás, Brandon.
- De momento, creo que me voy a dormir, si me lo permitís.




Pasé la peor noche que recuerdo. Brandon tenía razón. Eran demasiadas preguntas y las únicas personas que tenían la llave a todo este misterio ya no estaban entre nosotros. Por primera vez, después de todos estos años, de verdad lloré y eché de menos a mi madre. Ella siempre sabía qué decir.



- ¡Buenos días, chicos! –dije, cuando apenas eran las seis.
- ¿Has dormido algo? –me preguntó Corina preocupada, mientras me servía el desayuno.
- Nada en absoluto.

Brandon estaba al teléfono. Gesticulaba mucho y, aunque no podía oírlo, parecía estar discutiendo.
- Hay noticias, chicas –dijo, a la par que colgaba su móvil.- Ayer, mientras tú estabas en el hospital, llamé a mi amigo para que investigase algo más el tema del edificio.
- ¿Y ya sabes algo? –preguntó su hermana.
- Al parecer durante los últimos veinticinco años ha tenido varios usos, pero de mil novecientos sesenta y ocho a mil novecientos ochenta y dos era una casa de acogida.
- Eso ya lo sabíamos.
- Sí, pero lo que no sabíamos era que durante esa época estuvo regentado por una orden de religiosas. Las hermanas clarisas. Y David ha encontrado la nueva dirección de la orden. Están aquí en Maryland.
- ¿Y qué con eso? – preguntó de nuevo Corina.
- Que tal vez las hermanas puedan responder a algunas de nuestras preguntas.
- ¿Crees que aún sobrevivirá alguna de la época? –dije, mostrándome cada vez más interesada en el tema.
- No lo sé, pero no podemos dejar de intentarlo... Tú, ¿qué dices? –me preguntó mirándome de soslayo.

En realidad, yo lo que deseaba era meterme en la cama, taparme la cabeza y olvidarme de todo este asunto. Pero con eso no solucionaba nada así que... ¡Adelante! Fue mi respuesta.
La idea de visitar una comunidad religiosa me ponía los pelos de punta.
El apego religioso no era precisamente una de mis virtudes y tenía cierta reacción física cuando entraba en lugares de ese tipo. Aun así, me sobrepuse y conseguí dominarme cuando cruzamos el umbral de entrada a la casa mayor. Dos hermanas nos acompañaron en silencio hasta el despacho de la Madre Superiora.
La que caminaba a mi izquierda era sorprendentemente joven, apenas veintiún años... Me hizo pensar en las razones que llevan a una chica de esa edad a elegir esa forma de vida. He oído decir que la fe mueve montañas, así que supongo que cuando llama, llama.
La otra monja era, por el contrario, muy mayor. Tal vez incluso más de lo que parecía. Caminaba delante de mí con pasos pequeños y, con frecuencia, se volvía hacia atrás para echarme una mirada.
- ¿Qué le pasa? –me preguntó Corina en voz baja.
- No lo sé. Tal vez sea nuestra ropa. Demasiado descubierta.

Según podía saber, a las monjas no les gustaba demasiado que la gente llevase tirantas o pantalones cortos, pero ese no era nuestro caso, así que no podía encontrar otra explicación para las inquietantes miradas de nuestra guía.
- Esperen aquí, por favor –nos pidió.- He de avisar a madre. La hermana Magdalena los acompañará mientras tanto.
- Muchas gracias, hermana –contestó Brandon.
- Este sitio me pone muy nerviosa –dije, procurando que nuestra monja no nos oyera.
- Es sólo un convento, Dana.
- Ya lo sé, pero ese olor en el ambiente...
- ¿Qué olor? –me miró como si estuviese loca.
- Ya pueden pasar –dijo la monja de más edad.

¿Por qué no podía dejar de mirarme? Ya estaba lo suficiente nerviosa. Entramos en el despacho de la Superiora y mis nervios se calmaron. Al ver su cara, supe de inmediato que le producía el mismo efecto que a la anterior.
- ¡Buenos días, madre! –dijo Brandon, que parecía haber estado toda su vida haciendo esto.
- La hermana Angustias me ha dicho que querían verme.
- Sí, madre. Sé que no es habitual que reciban visitas; pero, como ya le comenté a la hermana en la puerta, es un asunto de vital importancia para nosotros.
- Siéntense, por favor.

Brandon le explicó a la hermana toda la historia de la foto y de cómo nuestras investigaciones nos habían conducido hasta allí
-Señor Jonson –comenzó -, esta comunidad hace muchos años que decidió alejarse de la vida mundana. El gobierno nos retiró las subvenciones y nos vimos obligadas a cerrar “Halfway House”.
-Sí, pero eso fue después de que se tomara esta foto. ¿No hay nadie aquí que pudiese darnos algo por dónde seguir?
- Lo siento, señor Johnson. Las hermanas de esta comunidad tienen voto de silencio por el alma de una de nuestras antiguas componentes... Me temo que no podrá hablar con ninguna. Sólo la hermana Angustias y yo tenemos esa posibilidad para poder llevar el mando del convento.
- ¿Y algún sitio donde pueda conseguir información?
- Los niños de “Halfway House” fueron repartidos en diversas casas de acogida por todo el país. Sería como buscar una aguja en un pajar.
- ¿De veras lo cree? –dijo Brandon, sintiéndose algo desanimado.
- Me temo que así es –asintió con desanimo.
- Entonces, ¿no hay nada que podamos hacer?
- Aunque consiguiesen encontrar la información que buscan –nos dijo-, no tendrían acceso a ella. No está permitido revelar información personal sobre los niños acogidos o los que fueron adoptados –terminó, lanzándome una larga mirada.
- ¿Eso la incluye a ustedes, hermanas? –inquirió Brandon.

No pudo responder a la pregunta porque justo entonces la hermana Angustias volvía a entrar. Tenían que recibir el pedido semanal.
Nos fuimos de allí con lo mismo que habíamos llegado: NADA. Empezaba a creer que lo mejor era olvidarnos de todo el asunto, pero... Justo cuando salíamos acompañados por la hermana Angustias, ésta se inclinó y me hizo la señal de la cruz sobre la fuente. No dije nada, pero aquello me desconcertó. Sabía que no era la primera vez que alguien me hacía algo así.

LA FOTO - Charlie #1

Llevaba años intentando encontrar a mi hermana. Desde que nos separaron, hace ahora veinticinco años, no había pasado ni un solo día en el que no pensará en ella... Pues, anoche llegué a Texas para visitar a mis amigos: un matrimonio que tiene una pintoresca parada de camiones y a quién había prometido visitar anualmente. Me meto en la cocina para echar una mano a Bowen, mi amigo; y al cabo de unos minutos me llama su esposa, diciendo que hay alguien que me busca.
Todo el mundo guardaba un silencio sepulcral y observaban a una chica de pelo rojizo que me miraba fijamente y me resultaba tremendamente familiar.
- Yo soy Charles Matthews –dije, mientras intentaba quitarme el aceite pegado a mis manos- ¿La conozco?
- Soy Dana.
La aceitera de porcelana que llevaba en la otra mano se rompió en mil pedazos al caer al suelo.
-¿Quién es Dana, Chuck? – preguntó Joseph.
- Es... Es mi hermana –contesté en voz muy baja.

Esperé a verla reaccionar, a que dijera algo más, pero ya no podía. Lloraba, lloraba mucho... Yo lo habría hecho pero estaba tan impresionado que tardé unos segundos en hacer que mis piernas se moviesen.
Salté por encima de la barra, la miré durante unos segundos y después la abracé. ¡Dios mío, llevaba tanto tiempo deseando hacerlo que me daba miedo apretar demasiado y, por otra parte, no quería moverme porque, si eso era un sueño, no quería despertarme! Era una chica preciosa y alegre, me sonreía y me sorprendió ver que llevaba el solitario al cuello.
Yo tenía once años y Dana unos tres cuando llegamos a Halfway House, un hogar de acogida que llevaban unas monjas. Mis padres no era un matrimonio convencional y , desde hacia tiempo, yo presentía que acabaríamos así, en un orfanato.
Al principio, Halfway House me pareció una solución a nuestros problemas. Teníamos comida, ropa limpia y toda la atención y el cariño que nos daban las hermanas Clarisas... Pero mi tranquilidad no era total. En ocasiones, venían a visitarnos parejas sin hijos con ganas de adoptar y mi hermana era una excelente candidata.
Dana era la típica niña que llama la atención: extrovertida, alegre, bien educada,... No habría que esperar mucho para que alguien la considerase la hija perfecta.
Para mí, ya era perfecta. Era lo único bueno que me había pasado en la vida y tenía la sensación de que iba a perderla.
Tres meses después de nuestra llegada aparecieron los Carter.



Alexander y Marianne Carter. Un matrimonio modelo: Él era un constructor de 45 años con éxito. Ella era profesora en una escuela de primaria y tenía 42 años. Vinieron buscando un niño de corta edad, pero el encanto de mi hermana les deslumbró.
La primera vez que se llevaron a Dana del centro, mi hermana no estaba muy segura.
- Y tú, ¿por qué no vienes? –me preguntó mientras le anudaba los zapatos a juego con su vestido favorito.
- Porque la hermana Angustias me ha castigado, ¿recuerdas?
- Te dije que no te saltaras la valla. Yo no quiero ir si no vienes, Charlie.
- Cariño, te lo vas a pasar muy bien. Ya verás. Te llevarán a un montón de sitios bonitos...
- Pero yo no les conozco.
- Por eso tienes que ir con ellos... Si te gustan, serán tus nuevos papás.
- Nuestros nuevos papás –me corrigió.
- Tienes razón. ¡Eh! A lo mejor te llevan a montar en los poneys.
- ¿Tu crees?


Después de ese día, nuestras vidas seguirían caminos diferentes. Yo estaba seguro de que los planes de los Carter no incluían un dos por uno.
Durante los meses siguientes gané algo de dinero con las propinas que Alfred me daba por ayudarle a recoger la cocina. Reuní lo suficiente para comprarle a mi hermana su primer regalo. Yo sabía que ella quería un triciclo pero, si todo salía bien, los Carter la colmarían de caprichos. Yo necesitaba algo que fuese perdurable en el tiempo, algo que le recordase que seguía ahí. Supongo que no lo entendió. Un solitario de plata no es el regalo más adecuado para una niña de cuatro años.
- ¿Qué es esto? –me preguntó cuando lo coloqué alrededor de su cuello.
- Es tu regalo de cumpleaños.
- Gracias –dijo.- ¿Qué es?
- Es un collar. Es muy importante que no lo pierdas –dije, mientras intentaba mantener su atención.- Cariño, ¿me escuchas?
- No lo perderé.
- Quiero que cuando lo mires te acuerdes de mí y sepas que nadie te querrá nunca tanto como yo... –dije. Tuve que parar porque me estaba emocionando y no quería llorar.
- Charlie, ¿qué te pasa? –me preguntó, fijando sus ojos verdes en mí.
- Nada... Nada. Te estás convirtiendo en una señorita, Dana... ¿Te gustan los Carter?
- Sí... Y el señor Carter es muy divertido. Me hace reír –dijo, sonriendo.- ¿Vamos a vivir con ellos?
- ¿Te gustaría?
- Tienen una piscina gigantesca y un perro que se llama Barney, pero el señor Carter dice que ya está viejo y por eso nunca se mueve y...

Supongo que eso era un “sí”. Quizás, si yo no hubiese causado problemas al principio, habría permanecido junto a mi hermana.
Pocos meses después de su cumpleaños se la llevaron a vivir con ellos definitivamente. La última vez que hablé con ella tenía cinco años y fue la conversación más importante de mi vida.
Nos sentamos en la cama de la que, hasta ese momento, había sido nuestra habitación.
- No olvides a “Pequeño Charlie” –dije, señalando un oso de peluche al que le faltaba un ojo.
- ¿Por qué no vienes?
- Ya sabes que soy un poco “trasto”.
- Porque no te portas bien, ¿no?
- Exacto... –dije, intentando mantener la serenidad.- ¡Eh! ¿Te acuerdas de lo que te dije? –, y señalé su collar.
- No lo perderé.
- No me refería a eso...
- ¿Qué nadie me querrá nunca tanto como tú?
- Exacto.
- Yo también te quiero –me dijo, y me dio un abrazo.
- ¿Lo llevas todo? –pregunté, haciendo grandes esfuerzos por no echarme a llorar.
- Creo que sí... Charlie, pórtate bien para que las hermanas te deje venir el fin de semana.
- Eso está hecho.
- ¡Vale! –exclamó.- Entonces, nos vemos el viernes.
- Nos vemos el viernes –repetí.

Esa fue la última vez que hablé con mi hermana. Por supuesto, no nos vimos ese fin de semana, ni el siguiente...
Tras la marcha de mi hermana, mi actitud cambió. Dejé de desafiar a la autoridad, de incumplir normas y discutir por todo. Era mi actitud rebelde lo que me había impedido estar con mi hermana y estaba dispuesto a reformarme. Estudiaría más, ayudaría a las hermanas en lo que pudiese, incluso iría a misa... Cuando los Carter volvieran, yo sería diferente. Dana y yo volveríamos a estar juntos.
Pero los Carter no volvieron. Nunca.
A veces preguntaba a las monjas por mi hermana, si tenían noticias de ella...
- No, Charles, no hemos sabido nada. Tal vez sea mejor así, ¿no crees? Ahora ella es feliz. Tiene unos padres que la quieren, la cuidan y le dan todo lo que necesita.
- Pero no me tiene a mí –dije, casi llorando.
- Tu ya eres un hombre, Charles. Dentro de poco, en unos años, finalizarán tus estudios y podrás salir al mundo a trabajar y cumplir todos tus sueños.

En el verano de 1980. Eso estaba aún muy lejos. Yo quería saber si mi hermana estaba bien. La echaba de menos. Meses después de que se fuera, aún me encerraba en el cuarto de baño y lloraba, abrazado a su oso de peluche. ¡No debí haber dejado que se marchara! , me reproché a mi mismo. Pero, en realidad, sabía que había sido lo mejor para ella.

Pues sí, es cierto. Me gusta escribir y, por eso, he decidido crear un blog donde poder publicar lo que he escrito hasta ahora. La verdad es que no deja de darme un poco de reparo porque no sé si es susceptible de ser publicado, pero... Bueno, por algo se empieza.
El primero que voy a colgar se llama "La foto". Es una historia contada a dos voces, las de Dana y Charlie. Y todo comienza cuando Dana encuentra una foto suya de pequeña que no recuerda. A partir de esa foto, se desencande la historia desde los puntos de vista de Dana y Charlie, respectivamente. Espero que os guste.

LA FOTO - Dana #1

La carretera estaba prácticamente desierta y hacía tanto calor que podía verlo. Ese sitio llamado “Middle of Nowhere” (Mitad de Ninguna Parte)...

Ahora sabía por qué se llamaba así. Llevaba conduciendo casi tres horas y no había visto a nadie, ya fuera en coche o a pie. Tenía el mapa sobre el asiento del copiloto, pero no me servía para nada. Estaba perdida y, si no salía de allí, pronto se acabaría la gasolina. Debí haber hecho caso a Corina y no venir sola, pero no podía esperar.

Iba intentando encontrar la enésima emisora en la radio cuando lo vi aparecer ante mis ojos, como si se hubiese materializado de la nada. ¡Dios mío! Había llegado la hora.
Aparqué el coche y me bajé. Desde fuera parecía la típica venta de carretera para camioneros, pero cuando entré me di cuenta de que era algo más que eso. Era un punto de encuentro. Todo el mundo charlaba animadamente, pero cuando sintieron la campanilla de la puerta, todos se volvieron y permanecieron en silencio. Una camarera me gritó desde la barra: “¿Algo fresquito?”. Asentí con la cabeza mientras me acercaba hacia ella bajo la atenta mirada de toda la clientela.

- ¿Le apetece algo de comer? – me preguntó.
- No, gracias – le contesté.- Aunque tal vez pueda ayudarme. Estoy buscando a una persona y me dijeron que podría encontrarla aquí.
-¿Cómo se llama esa persona?
-Charles Matthews.
-¡Pues ha tenido suerte! –contestó. - ¡Charlie!

Acto seguido, un hombre salió de una de las puertas que quedaban tras la barra.
-Te están buscando – le dijo tan pronto lo vio aparecer. Y señaló en mi dirección con su mirada.
-Yo soy Charlie Matthews – me dijo, mirándome fijamente. - ¿La conozco?
-Soy Dana.

No recuerdo muy bien qué es lo que llevaba en las manos, pero lo hizo añicos cuando se le cayó al suelo.
-¿Quién es Dana, Chuck? – le preguntó uno de los camioneros.
-Es... Es mi hermana – contestó en voz muy baja.

Para entonces yo ya estaba llorando. No podía decir nada más porque tenía un inmenso nudo en la garganta. Tampoco hizo falta. Saltó por encima de la barra y nos detuvimos un segundo para mirarnos antes de darnos un abrazo tan largo, tan fuerte que creí que me quedaría sin respiración... Pero no quería soltarle, pensé que se desvanecería.

Yo tenía seis años cuando nos separaron. Llevábamos tres años viviendo en un centro de acogida, desde que mis padres se marchasen. Por aquel entonces, cuando llegamos al centro, Charlie debía tener unos once años. Durante el tiempo que estuvimos juntos, Charlie siempre cuidó de mí... Después fui dada en adopción. Mis padres se deshicieron, creo, de todo aquello que pudiese recordarme mi pasado y viví tranquila y feliz...

Pero hace cinco años, mientras preparaba las maletas para marcharme a Londres, mi mejor amiga encontró una foto mía un tanto extraña... Estábamos recordando los viejos tiempos: vacaciones de verano, fiestas de instituto y universidad, travesuras, excursiones...

-¿Quién es este chico? – preguntó, alzando una foto muy vieja.
-A ver... –dije, mirando más de cerca.- No sé... Ni siquiera sé dónde está tomada.
Corina le dio la vuelta y observó la fecha.
-Once de noviembre de mil novecientos setenta y nueve –leyó en voz alta.- Debías tener unos cinco años, ¿no?
-Cuatro – rectifiqué. – Seguramente es de la antigua casa, antes de mudarnos aquí.
-Mira, hay una especie de sello pero no puedo verlo muy bien.
-Déjalo – le pedí. – No vamos a pasarnos mis últimos días aquí mirando fotos de alguien a quien no recuerdo, ¿no?
-¿Me dejas la foto? – Me pidió.- Mi hermano tiene un amigo que trabaja con estas cosas en una agencia de investigación...
-¿Qué pretendes?
-Nada. Pero, ¿no te pica la curiosidad? Esa fachada no parece de una casa.
-¿Qué quieres decir?
-¡Fíjate bien! –dijo, al tiempo que me mostraba de nuevo la foto – Ya sabemos que tu padre era algo obsesivo con la seguridad, pero ¿quién pondría estas rejas en las ventanas de una casa familiar?
-No lo sé, pero mi padre era muy raro.
-¿Quieres que me la lleve y salgamos de dudas? –me preguntó de nuevo.
- Si te hace ilusión.

Días más tarde, Corina se presentó en mi casa. Parecía muy preocupada.
- ¿Tienes más fotos como esa?
-No lo sé. ¿Por qué?
-El amigo de mi hermano ha averiguado de dónde es el sello de tu fotografía.
-¿Hemos desvelado el misterio? – bromeé.
-Es un sitio llamado Halfway House.
-¿Halfway House?
-Sí. Busqué en Internet y parece que es una casa de acogida, algo así como un orfanato.
-¿Qué demonios hago yo en un orfanato?
-No tengo ni idea, pero mira lo que Brandon ha encontrado en el archivo municipal de Maverick, Colorado.

Sacó de su bolso un par de fotos más que mostraban la fachada y el patio trasero de un edificio de ladrillo rojo y ventanales blancos. A continuación, siguió con su exposición.
-Es Halfway House en 1974 o 1975... ¿Te has fijado en las ventanas?
-Las rejas son... –comencé, sin atreverme a terminar la frase.
-Iguales que las de tu foto – completó.
-¿Qué es todo esto? – le pregunté.
-No lo sé, Dana, pero creo que no deberías marcharte a Londres en este momento.