LA FOTO - Charlie #1

Llevaba años intentando encontrar a mi hermana. Desde que nos separaron, hace ahora veinticinco años, no había pasado ni un solo día en el que no pensará en ella... Pues, anoche llegué a Texas para visitar a mis amigos: un matrimonio que tiene una pintoresca parada de camiones y a quién había prometido visitar anualmente. Me meto en la cocina para echar una mano a Bowen, mi amigo; y al cabo de unos minutos me llama su esposa, diciendo que hay alguien que me busca.
Todo el mundo guardaba un silencio sepulcral y observaban a una chica de pelo rojizo que me miraba fijamente y me resultaba tremendamente familiar.
- Yo soy Charles Matthews –dije, mientras intentaba quitarme el aceite pegado a mis manos- ¿La conozco?
- Soy Dana.
La aceitera de porcelana que llevaba en la otra mano se rompió en mil pedazos al caer al suelo.
-¿Quién es Dana, Chuck? – preguntó Joseph.
- Es... Es mi hermana –contesté en voz muy baja.

Esperé a verla reaccionar, a que dijera algo más, pero ya no podía. Lloraba, lloraba mucho... Yo lo habría hecho pero estaba tan impresionado que tardé unos segundos en hacer que mis piernas se moviesen.
Salté por encima de la barra, la miré durante unos segundos y después la abracé. ¡Dios mío, llevaba tanto tiempo deseando hacerlo que me daba miedo apretar demasiado y, por otra parte, no quería moverme porque, si eso era un sueño, no quería despertarme! Era una chica preciosa y alegre, me sonreía y me sorprendió ver que llevaba el solitario al cuello.
Yo tenía once años y Dana unos tres cuando llegamos a Halfway House, un hogar de acogida que llevaban unas monjas. Mis padres no era un matrimonio convencional y , desde hacia tiempo, yo presentía que acabaríamos así, en un orfanato.
Al principio, Halfway House me pareció una solución a nuestros problemas. Teníamos comida, ropa limpia y toda la atención y el cariño que nos daban las hermanas Clarisas... Pero mi tranquilidad no era total. En ocasiones, venían a visitarnos parejas sin hijos con ganas de adoptar y mi hermana era una excelente candidata.
Dana era la típica niña que llama la atención: extrovertida, alegre, bien educada,... No habría que esperar mucho para que alguien la considerase la hija perfecta.
Para mí, ya era perfecta. Era lo único bueno que me había pasado en la vida y tenía la sensación de que iba a perderla.
Tres meses después de nuestra llegada aparecieron los Carter.



Alexander y Marianne Carter. Un matrimonio modelo: Él era un constructor de 45 años con éxito. Ella era profesora en una escuela de primaria y tenía 42 años. Vinieron buscando un niño de corta edad, pero el encanto de mi hermana les deslumbró.
La primera vez que se llevaron a Dana del centro, mi hermana no estaba muy segura.
- Y tú, ¿por qué no vienes? –me preguntó mientras le anudaba los zapatos a juego con su vestido favorito.
- Porque la hermana Angustias me ha castigado, ¿recuerdas?
- Te dije que no te saltaras la valla. Yo no quiero ir si no vienes, Charlie.
- Cariño, te lo vas a pasar muy bien. Ya verás. Te llevarán a un montón de sitios bonitos...
- Pero yo no les conozco.
- Por eso tienes que ir con ellos... Si te gustan, serán tus nuevos papás.
- Nuestros nuevos papás –me corrigió.
- Tienes razón. ¡Eh! A lo mejor te llevan a montar en los poneys.
- ¿Tu crees?


Después de ese día, nuestras vidas seguirían caminos diferentes. Yo estaba seguro de que los planes de los Carter no incluían un dos por uno.
Durante los meses siguientes gané algo de dinero con las propinas que Alfred me daba por ayudarle a recoger la cocina. Reuní lo suficiente para comprarle a mi hermana su primer regalo. Yo sabía que ella quería un triciclo pero, si todo salía bien, los Carter la colmarían de caprichos. Yo necesitaba algo que fuese perdurable en el tiempo, algo que le recordase que seguía ahí. Supongo que no lo entendió. Un solitario de plata no es el regalo más adecuado para una niña de cuatro años.
- ¿Qué es esto? –me preguntó cuando lo coloqué alrededor de su cuello.
- Es tu regalo de cumpleaños.
- Gracias –dijo.- ¿Qué es?
- Es un collar. Es muy importante que no lo pierdas –dije, mientras intentaba mantener su atención.- Cariño, ¿me escuchas?
- No lo perderé.
- Quiero que cuando lo mires te acuerdes de mí y sepas que nadie te querrá nunca tanto como yo... –dije. Tuve que parar porque me estaba emocionando y no quería llorar.
- Charlie, ¿qué te pasa? –me preguntó, fijando sus ojos verdes en mí.
- Nada... Nada. Te estás convirtiendo en una señorita, Dana... ¿Te gustan los Carter?
- Sí... Y el señor Carter es muy divertido. Me hace reír –dijo, sonriendo.- ¿Vamos a vivir con ellos?
- ¿Te gustaría?
- Tienen una piscina gigantesca y un perro que se llama Barney, pero el señor Carter dice que ya está viejo y por eso nunca se mueve y...

Supongo que eso era un “sí”. Quizás, si yo no hubiese causado problemas al principio, habría permanecido junto a mi hermana.
Pocos meses después de su cumpleaños se la llevaron a vivir con ellos definitivamente. La última vez que hablé con ella tenía cinco años y fue la conversación más importante de mi vida.
Nos sentamos en la cama de la que, hasta ese momento, había sido nuestra habitación.
- No olvides a “Pequeño Charlie” –dije, señalando un oso de peluche al que le faltaba un ojo.
- ¿Por qué no vienes?
- Ya sabes que soy un poco “trasto”.
- Porque no te portas bien, ¿no?
- Exacto... –dije, intentando mantener la serenidad.- ¡Eh! ¿Te acuerdas de lo que te dije? –, y señalé su collar.
- No lo perderé.
- No me refería a eso...
- ¿Qué nadie me querrá nunca tanto como tú?
- Exacto.
- Yo también te quiero –me dijo, y me dio un abrazo.
- ¿Lo llevas todo? –pregunté, haciendo grandes esfuerzos por no echarme a llorar.
- Creo que sí... Charlie, pórtate bien para que las hermanas te deje venir el fin de semana.
- Eso está hecho.
- ¡Vale! –exclamó.- Entonces, nos vemos el viernes.
- Nos vemos el viernes –repetí.

Esa fue la última vez que hablé con mi hermana. Por supuesto, no nos vimos ese fin de semana, ni el siguiente...
Tras la marcha de mi hermana, mi actitud cambió. Dejé de desafiar a la autoridad, de incumplir normas y discutir por todo. Era mi actitud rebelde lo que me había impedido estar con mi hermana y estaba dispuesto a reformarme. Estudiaría más, ayudaría a las hermanas en lo que pudiese, incluso iría a misa... Cuando los Carter volvieran, yo sería diferente. Dana y yo volveríamos a estar juntos.
Pero los Carter no volvieron. Nunca.
A veces preguntaba a las monjas por mi hermana, si tenían noticias de ella...
- No, Charles, no hemos sabido nada. Tal vez sea mejor así, ¿no crees? Ahora ella es feliz. Tiene unos padres que la quieren, la cuidan y le dan todo lo que necesita.
- Pero no me tiene a mí –dije, casi llorando.
- Tu ya eres un hombre, Charles. Dentro de poco, en unos años, finalizarán tus estudios y podrás salir al mundo a trabajar y cumplir todos tus sueños.

En el verano de 1980. Eso estaba aún muy lejos. Yo quería saber si mi hermana estaba bien. La echaba de menos. Meses después de que se fuera, aún me encerraba en el cuarto de baño y lloraba, abrazado a su oso de peluche. ¡No debí haber dejado que se marchara! , me reproché a mi mismo. Pero, en realidad, sabía que había sido lo mejor para ella.

1 comentarios:

Ay Lauri, eres un autentico peligro!!!!!! Ya me enganchaste!!!!!! Me encanta la historia!!!!!! Me ha llamado la atención, los nombres de los personajes y de los lugares, en inglés.
Pobre Charlie, que mal lo tuvo que pasar todos estos años intentando encontrar a su hermana........ Me he quedado con muchas ganas de saber como continúa, lo que me da a hacerte una pregunta, lo estás escribiendo ahora o ya lo tienes escrito del todo? Más que nada para que no me tengas en un sin vivir esperando los capitulos, jajajaja. Vale, vale, no te enfades, no te meteré prisa, que ya te estoy escuchando..........

Muchos besos mi Lauri, sabes que te quiero mucho, verdad?

23 de febrero de 2008, 18:44  

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